Estaba despertando, apenas retorciéndome holgazanamente entre las
sábanas. Y entonces sucedió:
unas ganas indecibles de ir al baño como si me estuviesen exprimiendo la vejiga desde adentro. Salté de la cama, corrí al baño. Ese sagrado momento de relajación. Pero quince minutos después, sin aviso, como una patada en el intestino grueso, el dolor y la urgencia de ir al baño, de nuevo. Pero ahora era “del dos”. Y todo porque tengo un ninja interior.
unas ganas indecibles de ir al baño como si me estuviesen exprimiendo la vejiga desde adentro. Salté de la cama, corrí al baño. Ese sagrado momento de relajación. Pero quince minutos después, sin aviso, como una patada en el intestino grueso, el dolor y la urgencia de ir al baño, de nuevo. Pero ahora era “del dos”. Y todo porque tengo un ninja interior.
A veces, cuando estoy conciliando el sueño, decide usar sus
secretas técnicas de artes marciales en contra de mi hígado. Cuando me
distraigo, me ha intentado arrancar las costillas para hacerse unos chacos. Y cuando
estoy triste, me acaricia desde adentro, suave y tiernamente. Ya lo he visto,
un par de veces en el ultrasonido. Y a pesar de tanto maltrato, lo amo. Supongo
que es alguna clase de venganza por haberme resistido a dejar de dormir boca
abajo.
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