domingo, 30 de marzo de 2014

Los Chaneques, parte 1

Holix!! Hoy se me ocurrió esta pequeña historia. Es la parte uno, ¡léanla!


Me dio mucho miedo que esos niños tan raros nos estuvieran mirando desde los arbustos. Pero mi hermanita pensaba muy diferente: “¡Vengan a jugar con nosotras! ¡El agua está bien rica, no mordemos!”. Se puso a gritar como loca.
Un viento bajó de las montañas y alborotó a los árboles y a nuestros cabellos. Los niños alborotaron los arbustos y salieron de ahí con hojas encima, y sin ropa. No me espanté porque muchos niños del pueblo suelen nadar desnudos en el río… las que me espantaron fueron sus caras. Sus narices grandes y con granos, arrugas y cabellos grises. Eran unos niños realmente feos y su piel era gris, como si hubieran estado jugando en la tierra y no se hubieran bañado en mucho tiempo. Todo eso no pareció molestarle en absoluto a Érica, que lo único en lo que pensaba era en jugar.
Se quedaron parados en la otra orilla, viéndonos con sus ojos enormes y negros. Estaban muy saltones, ¡Guácala! Érica tomo un poco de agua en sus manos y le lanzó apenas unas gotas. Pude ver cómo sus ojos se encendían como fuego por un segundo, y me dio aún más miedo. Esos niños podrían ser extraterrestres o estar enfermos de algo muy feo, no lo sabía, pero no quería averiguarlo. La jalé hacia mí rápidamente y me disculpé por ella: “Discúlpenla, a veces es muy traviesa. Quédense, nosotras ya nos íbamos…” Y de pronto ¡Zaz! Una lluvia gotitas me callaron la boca. Parecía que, nada más de haberme aventado agua, se les había pasado el coraje. Mi hermana y yo nos defendimos, fue una batalla intensa y muy divertida. Después de unos minutos de carcajadas y gritos, la batalla de agua acabó con nosotras. Quizá, después de todo, esos niños raros no eran malos.
Escuché el grito de mi mamá, seguro que venía por la vereda para llevarnos a comer o a ponernos bloqueador solar. Me volví y le grité: “¡Ya vamos!”, y cuando volví a girar, los niños ya no estaban ahí. “¿Qué pasó? ¿Y los niños?” le pregunté confundida a mi hermana, que sostenía una pequeña concha en la mano. “Ya se fueron, dicen que van a volver mañana y que viven aquí cerca”, dijo mi hermanita. Mi mamá llegó con toallas y nos fuimos a casa de la abuela, a comer algo que de seguro iba a estar delicioso. Mi abuela es la mejor cocinera del mundo.
Llegamos a la casa de mi abuelita y nos fuimos a cambiar la ropa mojada. ¡Cuando salimos ahí estaba mi tío Nacho! Él me cae muy bien porque siempre tiene historias muy interesantes que contarnos, y hasta sabe trucos de magia. A veces no sé si lo que nos cuenta es de verdad o nos dice inventos, pero no importa porque son cuentos muy entretenidos. “¡Cuéntanos algo!” Le rogamos Érica y yo, a coro. Nos dijo que sí, pero que primero teníamos que lavarnos las manos y sentarnos a la mesa. Y así lo hicimos. Ya sentados en la mesa y después de dar gracias a Dios y a la abuela por la comida, disfrutamos de los tamales más ricos del universo. Y mi tío debió haberse inspirado, porque nos comenzó a contar:
“Una vez yo casi me muero, ¿Ya les conté eso? Fue cuando me robaron el alma, y como uno no puede vivir sin su alma, se enferma y se muere…” Dijo, totalmente convencido de lo que hablaba.
“¡Eso no es cierto!” Le dije entre risas. Entonces él me miró gravemente y me dijo: “¡Claro que es cierto! Puedes preguntarle a tu tía. Si no me creen, pues no me crean, pero es algo que de verdad me pasó, por andar solo en el monte. Todo comenzó porque un día tomé un atajo para venir acá, cruzando el monte de aquí enfrente por lo seguir el camino, que le da la vuelta.” Y señaló el monte por la ventana. “Pensé que sería más rápido, pero pronto comencé a sentirme muy cansado. La subida es muy difícil y tuve mucha sed. Escuché un sonido como de agua corriendo, y fui siguiendo el sonido, y encontré un ojito de agua y un arrollito. Entonces me acerqué y dos chaneques salieron de unos arbustos que estaban al otro lado del arrollo…” dijo, pero mi hermana lo interrumpió preguntando qué eran los chaneques. “Los chaneques son,” dijo, “unos espíritus traviesos que viven en el monte. Protegen los ojos de agua, los arrollos, los ríos y los lagos porque ellos viven ahí y no les gusta que los humanos echen basura ni que maltraten sus árboles ni sus jardines. Cuando se enojan contigo, se roban tu alma y se la llevan a su casa. La ponen en una olla y después de un tiempo, se la comen. Eso fue lo que me pasó, pero un curandero muy bueno me ayudó y aquí sigo.”
Tuve miedo durante un segundo, y un delicioso bocado de tamal de mole me bajó por la garganta como si estuviera comiéndome un nopal con todo y espinas. “¿Y cómo son los chaneques?” Preguntó mi hermanita antes de que yo pudiera hacerlo. Mi tío frunció el ceño y le dijo: “Son como… ¿Cómo te diré? Como niños, más o menos de tu estatura, Eri. Pero tienen una cabeza grande, como de yucateco. Y la cara la tienen como yo, arrugada. Sus narices son grandes, igual que sus orejas. ¡Y sus ojos son enormes! Son tan grandes que pueden ver el futuro y hasta darte buena suerte si les caes bien.”

Con eso, de plano ya no pude terminarme mi tamal. “¡Tío! ¡Nosotras vimos a unos chaneques hoy! ¡Así, como dices, hace rato en el río!” Le dije, y sentía que se me salía el corazón por la boca.

1 comentario:

  1. Me encanta este artículo, los "alux`s" son muy conocidos en la península.

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