Mi hijo de cuatro años y yo estábamos comprando las cosas para el regreso a clases, cosas como cuadernos, lápices de colores y plastilina (una de sus cosas favoritas en el universo). Cuando pasamos por las estampitas para decorar sus cuadernos se emocionó con las estampas de "mi pequeño pony" (una de mis cosas menos favoritas en la vida) y las pidió. Le di a elegir entre esas y las de cars (tampoco me gusta cars) y prefirió las de los ponis esos. Dudó. Le dije que podía elegir las que él quisiera, pero tal vez los niños de la escuela le echarían carrilla (yo lo haría). Al final no eligió ninguna de las plantillas de estampas porque siempre no le gustaban tanto ninguna de las dos (dafuq), mientras yo seguía sudando frío ante la posibilidad de que un hijo mío fuera un BRONY. O que un día se le ocurriera que los autos hablan o algo así.
La moraleja es: Las mentadas pegatinas son del diablo y aunque mis hijos fueran bronys los amaré con toda el alma.
Este post está dedicado a mi amigo Gustavo, mi amigo el brony de veintitantos años.
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