No podía creer lo que estaba leyendo.
Lo que más me frustra de ese mensaje no es el mensaje en sí, sino la cultura detrás de ese texto. Las expectativas de perfección no se limitan a los cuerpos de las modelos, también existe ese irritante estereotipo del cabello perfecto de los comerciales de champú: Larguísimo (en serio larguísimo), lacio, con cada pelito en su lugar, y todos los cabellos de exactamente la misma longitud. Brillante, sin un solo nudo, sin una punta abierta, meneándose alegremente con el viento (Y ni con un huracán perdería la formación militar que cada cabello mantiene). Es sumamente irritante, al menos para mí.
Mi cabello es todo lo contrario a eso: Chino con ganas, esponjado, con puntas abiertas y con más volúmen que una tocada clandestina. Ningún cabello tiene la misma longitud que su vecino y, aunque así fuera, no importaría nada porque se encoge y hace lo que más le apetece. Tiene mente propia.
Pero, con todo, ¡Me encanta mi cabello, lo adoro! Es implacable y salvaje, y a lo largo de mi vida me ha definido. Gracias a él todo el mundo encontró mi apodo perfecto a los primeros tres segundos de conocerme, "China". Una vez me alacié el cabello y, al verme en el espejo, no me reconocí ni un poquito. Mi cabello, como mis lonjas y mis amadas cejas, es parte de mí y he llegado a aceptarlo y amarlo así no más, sin intentar cambiarlo. He descubierto nos llevamos mejor cuando lo nutro de acuerdo a sus necesidades y no conforme a los estereotipos de los comerciales: Descubrí que le encanta el aceite de coco y no tanto las cremas para peinar que solía usar. Desde que lo uso, mis puntas son más felices y disfruto de un continuo aroma a cocadas durante el día (Me encanta). A veces me veo en el espejo y pienso que podría anunciar acondicionadores en la televisión... Pero recuerdo todo y creo que preferiría anunciar aceite de coco.
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